Estas ahí
En cada silencio grande
En cada suspiro profundo
En cada uno
De esos espasmos de libertad
Donde mis ideas iridiscentes
Corren sin barreras
Por espacios indefinidos
Transformándose a voluntad
Ahí estas tu
Señora de los recuerdos
Ama del pasado
Culpable
De los movimientos inconexos
De mis ideas
En algunos te acaricio
En otros te abrazo
En unos simplemente
Estoy a tu lado
Y en los mas atrevidos
Llego un poco mas allá
Con caricias profundas
Con abrazos eternos
Con temor de tus labios
Y de ese sello
Que no debo romper
De esa línea
Que no debo cruzar
De esa tentación
A la que no debo ceder
En cada silencio grande
En cada suspiro profundo
En cada uno
De esos espasmos de libertad
Donde mis ideas iridiscentes
Corren sin barreras
Por espacios indefinidos
Transformándose a voluntad
Ahí estas tu
Señora de los recuerdos
Ama del pasado
Culpable
De los movimientos inconexos
De mis ideas
En algunos te acaricio
En otros te abrazo
En unos simplemente
Estoy a tu lado
Y en los mas atrevidos
Llego un poco mas allá
Con caricias profundas
Con abrazos eternos
Con temor de tus labios
Y de ese sello
Que no debo romper
De esa línea
Que no debo cruzar
De esa tentación
A la que no debo ceder
Esta poesia de Angel González se me parecio a vos...
ResponderEliminarSi yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
-de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso-;
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo, mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando -luego- callas…
(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta.)